Cuando
me fui de Uruguay, mi hermana me escribió un carta preciosa que seguramente esté
guardada en el único lugar que considero seguro, donde están mis padres. En
ella me explicaba que no importase lo que pasara o lo que decidiera hacer con
mi vida, ella iba a ser siempre mi apoyo y citando a Rumbos me contó que como
un pájaro libre de libre vuelo, como un pájaro libre así me quería.
Hoy
por hoy, cada vez que veo un pájaro, o la foto de alguno me acuerdo de esa
carta y su contenido. Es inevitable. Y cada vez que lo hago me pregunto las
mismas cuestiones que creo que son fundamentales para saber si estoy cumpliendo
con ese cometido.
Y
si al final de ese interrogatorio interno y esas notas mentales que repaso y
construyo nuevamente resulta que estoy feliz y que voy en la dirección que me
he propuesto seguir, significa que hemos hecho un buen trabajo conmigo. Significa
que soy libre dentro de los límites que me he querido marcar y que las
decisiones, incluso las compartidas ya que yo elijo con quien compartir, las
tomo yo, y no culpo a otros de mi malestar o cualquier otra circunstancia que
me impida el vuelo, porque sé, que en definitiva, tanto las alas como el
impulso para volar, los tengo yo.
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