Y ahí me encontraba, sentado en
la misma silla que hace dos semanas viene dejándome el culo cuadrado, sentado
en esa silla de madera que cantaba en su crujir con cualquier movimiento,
aunque fuese mínimo. Miraba la pantalla del ordenador, única luz que invadía la penumbra de la habitación, y mientras escribía mi
brazo derecho se dejaba caer en la mesa, que jugando a la pata coja, le hacía
los coros a la silla.
Y ahí te encontraba, acostada en
la cama meditando ya en el quinto sueño. La melodía de la madera ya no era un
problema para tus oídos y ese sueño profundo no conseguía apagarse. Te veía dar
vueltas en la cama y no podía imaginar que se sentía no haberte tenido tan
cerca, no poder tenerte tan cerca. El pensamiento se apoderaba de mi y el
recuerdo de haber llegado a esa conclusión ya no eran más que letras cruzadas,
divagues de una memoria que escasea cada vez más en este nuevo mundo. Un nuevo
sentimiento entró corriendo por la puerta que lleva hasta mi vulnerabilidad, y
lo volví a sentir.